domingo, 12 de octubre de 2014

¡¡¡ Avanzada ha salido Avanzada ¡¡¡

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Os dejamos aquí el segundo numero de la revista avanzada que salio en el año 79 para que disfrutéis de un trocito de nuestra historia.

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PORQUÉ SOMOS REVOLUCIONARIOS

La Falange es un movimiento revolucionario. Y sorprende la indolente tibieza con la que a estas alturas de la historia lo mejor de la actual generación de militantes azules mira hacia ese concepto fundamental de nuestro modo de entender las cosas. Porque si mantenemos a la Revolución nacional-sindicalista en el horizonte de la utopía, si la demoramos en el limbo de su condición franquista de eternamente “pendiente”, nuestro discurso doctrinal pierde por completo su coherencia y sentido.
Somos revolucionarios en el orden de las ideas. La Falange no vio la luz para paliar losefectos perversos del sistema occidental liberal-capitalista sino para atajar sus causasdesde la raíz. El propio Sistema se encarga de aplicarse sus propios remedios circunstanciales y sus parches provisionales. El socialismo postmarxista asumió para sí esa función y, dado su éxito, ha sido exitosamente imitado por la derecha liberal. Pero la Falange no comparte esa vocación, como de enfermera dispensadora de primeros auxilios. Lo suyo es más bien la cirugía intensiva, aquella que se dirige preferentemente no a aliviar el dolor sino a curar, a erradicar el mal del que deriva el sufrimiento. No es perita en algodón, sino en bisturí.
Valga esta imagen sanitaria para comparar las mentalidades reformista y revolucionaria. Es cierto que el Sistema ha demostrado recursos para hacernos vivir mejor, atento a las advertencias emitidas por aquel genio de la filosofía política que se llamó Karl Marx. El mismo que se frotaba las manos al apreciar la creciente distancia que separaba en su día al proletariado y de la burguesía, convencido de que esa tensión sólo podría conducir al estallido revolucionario. Temeroso de nuevas “revoluciones de octubre” o “marchas sobre Roma” en el futuro, el Sistema comprendió la necesidad de aburguesar progresivamente a los trabajadores para que también ellos tuvieran algo que perder con la caída del estatu quo. A esa tarea se ha empleado la derecha y la izquierda europeas desde finales de la Segunda Guerra Mundial, revistiéndola de la apariencia de un reformismo pretendidamente humanitarista que no debería distraernos de sus auténticas motivaciones de fondo.
El Sistema, pues, cuenta con excelentes soluciones parciales que administra a su antojo para modular el descontento. Soluciones que se aplican indistintamente por los políticos de uno u otro signo. Pero la Falange no debe aspirar a erigirse en un tercero en discordia. La Falange afirma que no es potestad de un Sistema radicalmente injusto la administración de la vida de los hombres, y se opone a esa manipulación de su libertad y su dignidad que logra con leves giros de muñeca sobre el dial de las concesiones sociales, subiendo un poco más los salarios según los índices de un IPC maquillado.
No es el problema que el Sistema esté funcionando mal y sea necesario arreglarlo o mejorarlo. El problema es que el Sistema es malo en sí, que no responde a una concepción auténticamente humanista de la realidad social. No hay que arreglarlo: hay que sustituirlo radicalmente por otra cosa, por algo mucho mejor.
Por eso somos revolucionarios, porque hemos identificado la causa del problema, sabiendo alzarnos sobre la niebla de los efectos, y la solución. La causa es el Sistema en sí y la idea de hombre que detenta: la del productor-consumidor al servicio de unos intereses que le son absolutamente ajenos. Y la solución sólo puede proceder de la Revolución que ubique de nuevo al hombre en el centro de un nuevo Sistema. La nuestra.

San Fernando , patrón de las FF.JJ.E

Os dejamos aquí este maravilloso documento (San Fernando, patrón de las FF.JJ.E) Realizado al principio de los 80 por el camarada Lorenzo Pérez, dibujante con gran fama dentro de nuestro mundillo.
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ALBERGUE NACIONAL “SANTIAGO 80”.

Estas dos instantáneas fueron tomadas durante el acto matinal de izado de banderas del Albergue Nacional de Flechas “Santiago 80”, de Cercedilla, celebrado en agosto de 1980.
En la primera fotografía se observa a miembros de la Guardia Juvenil Julio Ruiz de Alda, Centuria Nacional encargada de la seguridad del albergue, portando la enseña nacional, de la Falange y de las FF.JJ.E. hacia el mástil, precedidos por el Guión de la unidad.
La segunda fotografía recoge el momento en que tras alzarse las banderas se entona el himno de la Falange, con los camaradas de la Guardia saludando en primer término. Al fondo se encuentra Manuel Otero Malagón, a la sazón Delegado Nacional de las FFJJE, presidiendo el acto con su cuadro de mandos en el que se distingue a varios dirigentes nacionales y provinciales de Madrid.

Las mentiras de la Leyenda Negra antiespañola, al descubierto.

Durante siglos, España ganó todas las batallas, salvo la de la propaganda. La Leyenda Negra nació hacia 1560, cuando España combatía contra los ingleses y los rebeldes holandeses. El historiador norteamericano Philip Powell (California, 1913-1987) describe en La Leyenda Negra. Un invento contra España (Ed. Áltera) cómo surge esa campaña en el mismo siglo XVI y cómo se extiende por el mundo y perdura hasta hoy. El español el único pueblo del mundo que ha asumido las mentiras, las exageraciones y los insultos que sus enemigos han dicho sobre él. El primer paso para liberarnos de este peso es conocer la verdad. Para ello este libro es un arma fundamental. Por gentileza de Áltera, reproducimos un revelador fragmento de su capítulo introductorio.
PHILIP POWELL
Los conceptos hispanofóbicos que más han influido en la deformación del pensamiento occidental tuvieron su origen entre franceses, italianos, alemanes y judíos, y se propagaron de forma extraordinaria durante los siglos XVI y XVII, merced al vigoroso y múltiple empleo de la imprenta. A mayor abundamiento, las pasiones de la reforma protestante, mezcladas con los intereses antihispanos de Holanda e Inglaterra, contribuyeron a formar un ambiente propicio para el desarrollo del amplio y frondoso “árbol de odio” que floreció y se puso muy de moda en el mundo occidental durante la época de la Ilustración del siglo XVIII, cuando tantos dogmas de hoy tomaron forma clásica.
La escala de los héroes de la anti-España se extiende desde Francis Drake hasta Theodore Roosevelt; desde Guillermo El Taciturno hasta Harry Truman; desde Bartolomé de Las Casas hasta el mexicano Lázaro Cárdenas, o desde los puritanos de Oliverio Cromwell a los comunistas de la Brigada Abraham Lincoln –de lo romántico a lo prosaico, y desde lo casi sublime hasta lo absolutamente ridículo-. Hay mucha menos distancia de concepto que la que hay de tiempo entre el odio anglo-holandés a Felipe II y sus ecos en las aulas de las universidades de hoy; entre la anti-España de la Ilustración y la anti-España de tantos círculos intelectuales de nuestros días.
La deformación propagandística de España y de la América hispana, de sus gentes y de la mayoría de sus obras, hace ya mucho tiempo que se fundió con lo dogmático del anticatolicismo. Esta torcida mezcla perdura en la literatura popular y en los prejuicios tradicionales, y continúa apoyando nuestro complejo nórdico de superioridad para sembrar confusión en las perspectivas históricas de Latinoamérica y de los Estados Unidos. Sería suficiente esta razón para inducir al profesorado y otros intelectuales a promover y favorecer cuanto contribuya a eliminar los conceptos erróneos vigentes sobre España.
Por lo general, la propaganda efectiva está dirigida por intelectuales que se entregan apasionadamente a una causa, o bien lo hacen por determinada recompensa –hombres familiarizados con los medios adecuados para moldear el pensamiento de los demás-. Esto es lo que a menudo ha sucedido con las propagandas anti-españolas, tanto en los tiempos pasados como en la actualidad. Por desgracia, esta entrega de líderes intelectuales a misiones propagandísticas, tanto en el curso de los siglos XVI y XVII como en el XX, ha determinado con frecuencia un excesivo éxito en la santificación del error. Cierto es que la Leyenda Negra ha tenido detractores de gran talla intelectual desde sus comienzos, pero no es menos cierto que tales refutaciones nunca han gozado del grado de difusión alcanzado por las mentiras destinadas a mover o manufacturar prejuicios populares. La erudita oposición a las falsas interpretaciones populares de los hechos históricos españoles ha estado circunscrita a círculos limitados, y el número de los bien informados sigue siendo reducido por falta de un vigoroso esfuerzo contrario.
Sobre héroes nórdicos y villanos españoles
El mito nórdico débese no poco al hecho de que los mapas se cuelgan con el Norte en alto y el Sur abajo (SALVADOR MADARIAGA)
El estereotipo del español, según nuestros textos escolares, literatura popular, cine y televisión, es el de un individuo moreno, con barba negra puntiaguda, morrión y siniestra espada toledana. Se dice que es, por naturaleza, traicionero, lascivo, cruel, codicioso y absolutamente intolerante. A veces toma la forma de un encapuchado inquisidor, malencarado. Más recientemente, y con menos acritud, se ha presentado como una especie de astuto, escurridizo, semidiabólico y donjuanesco “gigoló”. Pero sea cualquiera la descripción que de él se haga, lo más frecuente es que se le presente contrastándolo con el “ego” nórdico.
El conflicto histórico y literario entre el héroe nórdico y el villano español, tan popular en el mundo de habla inglesa, que se remonta a la época de Francis Drake y de la Armada Española, ha moldeado en nosotros, al igual que en nuestros mayores, una firme fe en la superioridad nórdica. Aquel villano español de la obra continúa personificando las perversidades de la iglesia católica-estatal; la barbarie de la conquista del Nuevo Mundo, y un genérico concepto de inferioridad moral-físico-intelectual, en contraste con las virtudes de los nórdicos.
Desde los libros de texto a las novelas de capa y espada y viceversa, a los villanos españoles raramente se les concede una oportunidad frente a los héroes nórdicos. Tal vez sea mejor, pues al contrario de las creencias populares, el auténtico español, especialmente en su apogeo imperial, fue un soldado y diplomático de primera clase, con muchas victorias en su haber; podría significar una gran desilusión para nuestros escolares y público el conocer cuán a menudo desbarató los planes de nuestros antepasados anglosajones. Vayan como prueba unos pocos ejemplos: la derrota de Juan Aquines (John Hawkins) y Francis Drake en Veracruz (México) en 1568; la airosa defensa de Cartagena de Indias contra la flota de Lord Vernon en 1740; la derrota por los hispano-argentinos de dos intensos sucesivos de invasión inglesa en 1806 y 1807; el fracaso del proyecto de Cromwell contra las Indias Españolas, en contraposición con sus grandes objetivos, y un éxito general al mantener, e incluso aumentar, sus dominios americanos no sólo contra los ingleses, sino contra cuantos les amenazaron y atacaron.
Así es que para describir el estereotipo español, los dados de nuestra literatura están normalmente cargados. ¿Quién, pongo por caso, oyó alguna vez comentar la humanidad y buenos modos de los conquistadores españoles, con independencia de que tuvieran vicios y virtudes iguales o parecidos a los ingleses de su época, como Enrique VIII e Isabel I? (Walter Raleigh fue, en realidad, un tipo renacentista español vestido a la inglesa.) O, por casualidad, ¿pudo haber detrás de aquella siniestra espada toledana un auténtico héroe, honrado y generoso? (Un par de excepciones curiosas pueden hallarse en mi bibliografía). ¿Es posible que existiera un inquisidor español de cultura, justicia y humanidad? ¿O tal vez un bizarro capitán de marina española, generoso y caballero en su victoria, digamos, sobre un inglés?
Acompañando a este villano hay otros personajes literarios igualmente estereotipados tales como la figura del “buen fraile”, un misionero sentimentalmente eficaz en revelar los defectos de los otros españoles. Estos padres son una especie de eco continuado del defensor de los indios, fray Bartolomé de Las Casas, y posiblemente reflejan el hecho de que una gran parte de la historia de España en América fue escrita por clérigos que no tuvieron reparos al criticar a soldados, capitanes u otros oficiales seculares con quienes estaban en desacuerdo.
También encontramos al hacendado implacable, tiránico y duro de corazón, y al escurridizo, traidor y “grasoso” mexicano (el epíteto en inglés “greaser”), que simbolizan, en cierto sentido, la depravación española y que han ganado una considerable popularidad en los escenarios de Hollywood y particularmente en las películas de cowboys. Sirva de ejemplo la siguiente descripción: “(…) ella ordenó que viniese el mexicano, y al punto se presentó un ignominioso ejemplar de su raza, escurridizo y servil, de ojos amarillentos y con incrustaciones de nicotina en su mismísima alma” (Max Brand, Destry Rides Again, p.69).
Otro tipo clásico es el del bandolero, guerrillero duro y feroz y testimonio de que los españoles sólo son aptos para la lucha de guerrillas y que por ello la península ha sido singular semillero de bandidos. La obra de Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas, y después la película, ayudaron a actualizar el eco del guerrillero español, aunque suavizándolo con simpatías políticas y con Ingrid Bergman.
El tradicional y ficticio villano español está sobrepasado en sus tintas por lo grotesco de la literatura de viaje que toca a España y a su pueblo. Esta clase de deformación comenzó a últimos del siglo XV y a principios del XVI, cuando los viajeros italianos y algunos otros comenzaron a crear el tipo español racialmente inferior, tenebroso, traicionero y excesivamente arrogante.
Los compatriotas de Maquiavelo manuscribieron las primeras narraciones de viajes en España, extensamente divulgadas, iniciando así el hábito de exagerar y deformar sus costumbres a base de conocimientos superficiales. Estas prácticas se manifestaron en expresiones como éstas: “Son miserables y (…) consumados ladrones (…) no tienen aptitudes para la literatura (…) En apariencia son religiosos, pero en realidad no lo son (…) Son tan descuidados en lo que respecta al cultivo de la tierra y tan lerdos para las artes mecánicas, que lo que en otros lugares se haría en un mes, ellos lo hacen en cuatro”.
Los famosos embajadores italianos que hicieron tales comentarios en la época en que los españoles entraban en su Edad de Oro imperial y cultural, iniciaron la costumbre de hacer observaciones desfavorables, que aún continúa en la actualidad.”

RINCÓN PARA LA FORMACIÓN

En diciembre de 1988 la revista Dididencias, primera época, publicó un Dossier que se ha convertido en clásico con el título:“Ultras: el radicalismo político en España”, donde se analizaban los fenómenos de la Extrema Izquierda, la Extrema Derecha y la Falange. Recuperamos para este Rincón para la Formación la parte dedicada a los dos últimos análisis convencidos de la permanencia de su validez. Reproducimos también su conclusión final a modo de texto para el debate.

GRÁCIAS JUAN RAMÓN

(Para Julián Villaverde)
“El hombre que la educación debe realizar en nosotros no es el hombre tal y como la naturaleza lo ha hecho, sino tal y como la sociedad quiere que sea”. Esta reflexión de E. Durkheim viene al caso para enmarcar los contornos aparentemente difusos de la profunda crisis educativa que nos asola. Queda lejos de ser cierto que esa crisis tenga su fundamento en la carencia de un proyecto educativo formal o en la ineficacia de las políticas e instituciones formativas. Esta educación que padecemos, en fuerte contraste con las apariencias, responde con claridad al modelo de individuo, de ciudadano y de persona que nuestro occidental sistema de ideas requiere para que sus ecuaciones culturales, sociales y políticas cuadren a medio plazo. Precisamente.
Los ideales educacionales surgen siempre con posterioridad al diseño del tipo de sociedad en la que se desea vivir. Una certeza que nos acompaña al menos desde los diálogos de Platón. Una política educativa correcta será siempre aquella que aporte la clase de individuos que el estatu quo requiera para perpetuarse en el tiempo. Por tal motivo, las dudas que a todos nos asaltan al apreciar las profundas carencias formativas que apreciamos en las generaciones más jóvenes no deben dirigirse hacia el modelo educacional en sí, pues no es éste otra cosa que un mero instrumento técnico al servicio de los grandes proyectos que lo requieren. Es el tipo de sociedad que nos espera a la vuelta de una generación lo que en último extremo debe llamarnos a la reflexión, yo digo que incluso a la revuelta.
Estas preocupaciones alcanzan su punto álgido en lo referente a la formación axiológica, a la formación en valores. La crisis de las Humanidades en los actuales planes formativos obliga a cuestionarse si el ciudadano, el individuo, la persona que el Sistema requiere no será en definitiva un tipo ignorantón, carente de un mínimo espíritu crítico e incapacitado para advertir los graves defectos y carencias del tiempo político que le toque vivir, escindido a perpetuidad de las cualidades necesarias para poner en duda, tal vez en riesgo revolucionario, la aparente verdad de los dogmas a la mano. Privados de toda sensibilidad hacia la belleza, confundidos por los efectos del escepticismo y el relativismo radical mal digerido, ¿estamos acaso educando niños y jóvenes aptos apenas para el conformismo, el consumo frenético y el horizonte próximo de lo inmediato? Todos los vectores parecen apuntar en esa dirección.
La cultura, que es la materia que utiliza a la educación para transmitirse en el tiempo; la paideia, si se prefiere el recurso a un concepto venerable, suponen el medio más efectivo para conducir al hombre hacia la toma de conciencia plena de todas las posibilidades que su libertad y su dignidad llevan asociadas. Pero, ¿acaso el futuro que nos aguarda necesita de gentes conscientes de esos atributos tan cansinamente metafísicos, difusos, evanescentes? Efectivamente: necesita de hombres de ese tipo. Pero para subvertirlo. Hoy, la lucha por la cultura y por los bienes heredados de la tradición supone ante todo una línea de resistencia ante lo que está por venir, ante esa sociedad de autómatas capaces de proclamar (como hoy ya proclamamos) que se vive en el mejor de los mundos posibles. Merced a su radical incapacidad para imaginar otro mundo posible en el que los ideales de justicia, de libertad y de dignidad humana abandonen los ámbitos del marketing electoral para ocupar el lugar que les corresponde en el frontispicio de una nueva sociedad, de una realidad incluso más extensa.
El reto de educar resulta, hoy, del compromiso de los adultos con un futuro mejor para los jóvenes. Cultivar rigurosamente el espíritu crítico encarna la penúltima oportunidad para sobrevivir a una era de naufragio y decadencia. La heideggeriana esperanza en la venida de un dios que nos salve sería, ciertamente, el último saliente del precipicio al que asirnos. Pero eso es tema para otra ocasión.
Garcías Juan Ramón pienso que artículos como este son el mejor homenaje que le podemos dar al estudiante caído, empezar a hablar de educación con mayúsculas como tú haces en tu escrito, es la mejor manera de salir de la dinámica diabólica de la “Falange de las fechas” que parece ser lo que mejor sabemos hacer desde hace muchos años y nos persigue a lo largo de los tiempos.(artículo traído del Manifiesto.com)